Estos textos sobre Dante y el curso de Carolina son una lucha contra el cansancio. Pero son también lo que cansa. Los escribo a medianoche, cuando los ojos poco resisten la luz, las ideas no se me encadenan como tercetos en el pensamiento, y empiezo a desfallecer ante la página, sobre la cama. Despierto solo me mantiene el deseo, la voluntad —más fuerte que las fuerzas o, como decimos, los alientos— de no dejar de escribir al final de la noche de lo que ocurrió al comienzo. O mejor, lo que me lleva del comienzo —la clase de Carolina— al final —el sueño—. En el intermedio están Twitter, las conversaciones con mi mamá y mi hermano, la telenovela de El Capo.
Cada noche debe ser un viaje inmóvil en el pensamiento. El cuerpo busca reposar, pero la mente se pone en marcha, en camino. Es la noche de Descartes o Proust, que hacen que el pensamiento, que ha perdido su día, vaya a la búsqueda de uno nuevo. Es el sendero de la vigilia al sueño, y por eso el insomnio es siempre actividad de un soñador. Pero el principal peligro de pensar es el abandono, la pérdida, el extravío de quien, como Dante, cree que llegar al límite del cansancio y desfallecer es lo mismo que descansar.
El cansancio es el Infierno y el descanso es el Paraíso.
Hoy terminamos de repasar los círculos del Infierno. Yo no los he leído, pues espero una mejor traducción para seguir con el texto. Hoy leí, entonces, a través de Carolina, siguiéndola como Dante a Virgilio (y me perdonará el lector que me ha seguido que vuelva a sugerir esto, ahora sin la sutileza o el pudor de hace unas semanas).
En el recorrido de hoy, volvimos a ver lo que he leído y visto en las semanas anteriores: que el Infierno es la fijeza del gesto o, para usar lo que dijo Carolina en Twitter después de la clase, la imposibilidad de la variación en la expresión. O en palabras de Dante: es la ley de quedarse siempre igual. Twitter ha sido, en este camino de la noche, el desarrollo del mismo Infierno. Muchos de quienes hoy se han ido contra Carolina por un comentario sobre los memes y la fijeza del gesto que suponen, la pobreza expresiva, son como esas almas que viven el castigo por su pecado, a la vez que se complacen en dicho pecado. Es la complacencia no en la ignorancia, sino en la renuncia a saber y pensar. Es el orgullo explícito por actuar contra lo que se es, esto es, contra lo que se puede ser. Hacen parte de los que se violentan a sí mismos, en especial de quienes derrochan y desprecian sus propios bienes (como el pensar).
En el Infierno están los cansados, los que ya son incapaces de la variación, y por tanto quedan en la misma posición. Son los actores que no pueden cambiar de personaje. En su poema, Dante incluye el teatro porque el Infierno no puede no ser un teatro: es la versión aterradora de la equivalencia barroca —que también Dante, como enseñó hoy Carolina, predice el barroco— entre teatro y vida, como entre vida y sueño. Deberíamos pensar, entonces, que el barroco es también la esperanza del bien que hay en el mal, que es un tema que también tratamos hoy: la posibilidad de encontrar el bien en el mal, incluso contra la enseñanza de los maestros, como Virgilio, de que no tengamos piedad por los pecadores condenados. Pero Dante dice, al comienzo de la Comedia, que va a hablarnos del bien que allí encontró.
Siempre hay un bien que nos puede esperar. Siempre está la posibilidad del Paraíso y el descanso.
Los condenados al Infierno son, como decía, los que han caído en un lugar y ya nunca vuelven a levantarse. Casi todos los problemas del hombre vienen de eso: de dejarse vencer del cansancio —y ojalá reparáramos en ese verbo: vencer, ser vencido—, pero sin encontrar el descanso. Ese es el problema del trabajo, por ejemplo. Todas las promesas divinas son de descanso.
Si intento escribir todas las noches, es porque quiero creer que puedo encontrar esa variación, incluso contra el cuidado pleno de la forma que, quiero creer, tengo en otros textos que medito, borro y corrijo más. Pero en estas noches la escritura no es forma, sino deformación (aunque eso es justamente variar: deformarse). Tal vez lo es en todas las noches. Tal vez la página es el descanso.
La literatura es la lucha contra la forma. Así es en Dante, aunque use una forma superior, la tercia rima y los tercetos encadenados, que van variando aunque pueda pensar que está condenado a la misma rima, a la ley de la rima. Obediente de su ley, Dante logra también romperla y acercarse al autor de las leyes que, por lo mismo, puede no someterse a ellas: Dios.
Es así como Dante logra ver, a diferencia de los escritores de fórmulas y formas. La lucha contra el cansancio, escribir o vivir, es el intento de ver: de que los ojos no se me vayan cerrando ante la luz fuerte del computador. Dante parte del Infierno, de las leyes de la poesía, pero, como es un vivo entre los muertos, puede hacer hallazgos poéticos más allá del cálculo silábico o de la cuidada escansión. Por eso nos presenta a los condenados y al Infierno como lleno de vida, con tanta vida que hasta los muertos se asustarían de saberse tan vivos en Dante.
Esas son sus visiones. Y la literatura trata de contar lo que se ha visto. Por eso es en tiempo pasado, como dijo Carolina hoy en respuesta a una pregunta mía. Igual en el Apocalipsis, libro al que acudió Carolina para responderme, se cuenta lo que pasó no en el mundo, sino en la propia imaginación —no es de acciones, sino de pensamientos que deben estar hechos los relatos—. Es siempre un relato de viaje, como lo es la Comedia o como lo son estos textos de mi viaje del ocaso a la medianoche. Pero, por esa razón, la literatura usa el tiempo pasado para hablar del futuro. Porque el viaje es siempre al más allá: a América (como se habló hoy), al Infierno, al lector, el otro más allá del autor. Como dijo hoy Carolina, se cuenta una visión para este tiempo, para los lectores con los que nos encontramos, pero los llevamos a otra parte (y sobre esto les recomiendo que lean Los niños, de Carolina).
¿Qué tiempo podríamos ver? Tal vez el del sueño, al que ahora fingiré que me retiraré, aunque solo esté un rato más en la cama releyendo este texto y descubriendo errores y cambios que, mañana, voy a querer hacerle (acaso quite los gerundios que acabo de usar).
Yo quería hablar del cansancio para excusarme en no escribir mucho. Parece que lo hice igual o más que las otras veces.